Sol tropical de la libertad by Ana María Machado

Sol tropical de la libertad by Ana María Machado

autor:Ana María Machado
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama
publicado: 2013-10-22T22:00:00+00:00


IX

YO también he sido brasileño

moreno como vosotros.

He punteado la guitarra, he conducido un ford

y he aprendido en las mesas de los bares

que el nacionalismo es una virtud.

Pero hay una hora a la que los bares cierran

y todas las virtudes se niegan.

CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE

Hacía tanto tiempo que vivía junto a la casa, y no tenía recuerdos anteriores a ésta. Debió de haber nacido allí. En aquel mismo lugar. Al fin y al cabo, los árboles no viajan. Pero ya había oído que, al parecer, llegó de pequeño, como un esqueje, con los demás. Debió de ser como esos pedúnculos de buganvilla que plantaron junto a la valla hacía unos años. Sólo aguantaron dos o tres, las de color teja y las fucsia. Las hormigas se comieron las demás. O las orugas. No estaba seguro de cuál de las dos. Pero debían de ser las hormigas. Son las más glotonas. Nos arrancaban todas las hojitas nuevas que brotaban: un espanto. Tampoco sirve de nada decir que en realidad no se las comen, que sólo se las llevan a casa para alimentar a las larvas. Sea como sea, no deja de ser un espanto. A lo largo de su vida en aquel jardín, había visto muchas veces cómo las hormigas acababan con arbustos que jamás llegaban a convertirse en árboles. Su vida ya empezaba a ser larga: la gente se marchaba, desaparecía, nunca más volvía, y los animales morían, pero él permanecía. El viejo, por ejemplo, hacía varios veranos que ya no venía. Y los niños a los que tantas cosas había enseñado ya habían crecido, y casi todos tenían ya sus propios hijos. Y ahora, era la hija del viejo quien tenía el pelo blanco, llevaba gafas y arrancaba las malas hierbas, limpiaba la tierra y enseñaba las flores y las hojas a niños y niñas. Recordaba al viejo como un hombre alegre, aunque ni siquiera había vivido allí, incluso después de pasar tanto tiempo. Cuando esa que está ahí ahora, tumbada con el pie en alto, era pequeña —pequeña, aunque tampoco tanto, porque incluso hubo una época en que fue más alta que el árbol, pensó, al recordar de pronto a la adolescente con trenzas midiéndose con él—, era más joven, y el viejo que desapareció todavía rondaba siempre por allí, recordaba un día que se quedaron solos hablando de él. La niña le preguntaba.

—¿Y éste, abuelo? ¿Cómo se llama? Doña Teodósia dice que es un nogal, yo siempre he dicho que era un almendro, y los pescadores lo llaman castaño...

El árbol escuchó la respuesta:

—En el sur lo llaman chapéu-de-sol, o guarda-sol[24], por la sombra compacta que da esta especie.

—¿Sombra? ¿Este árbol insignificante da sombra?

El viejo contestó con su forma de hablar pausada, prolongando bastante la primera sílaba de las palabras más largas o del principio de las frases, para evitar tartamudear. Aun así, repetía incontrolablemente algunos sonidos. Quienes estaban acostumbrados, ni se daban cuenta.

—Eso es porque todavía es muy pequeño. Pero cuando crezca, verás. Y como es un árbol



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